Educación

Clínica de la Educación

 

El carácter, la forma de ser de las personas, siempre va con ellas, independientemente del ámbito donde desarrollen su actividad. Sin embargo, cuando se trata de una actividad o trabajo cuya realización viene marcada desde el principio por el imperativo de su ejecución, de algo que hay que hacer o conseguir si o si, las peculiaridades personales suelen quedar en un segundo plano, dada la urgencia y necesidad del cumplimiento de determinados objetivos.

Lo más frecuente es que estas peculiaridades no afecten demasiado a la buena marcha del proceso de enseñanza y que, más allá de las características psicológicas de cada alumno, la mayoría pueda mantenerse en ese proceso y llegar a conseguir los objetivos académicos esperados.

Cuando lo que trastorna este proceso es una dificultad específica en determinadas áreas de aprendizaje se ponen los refuerzos adecuados o se hacen las adaptaciones pedagógicas o curriculares que posibiliten la continuación de dicho proceso de una forma normalizada. El problema surge cuando estas dificultades se acompañan de otras de tipo psicológico que agravan o incluso determinan por sí mismas  el bajo rendimiento escolar. En esos casos ya no es posible pasar por alto las diferencias subjetivas, lo cual implica una redefinición de sus causas y un diferente punto de vista en cuanto a su abordaje. Ya no se trata sólo de alumnos con dificultades, sino que habría que pensarlos también como personas o niños con dificultades, cuya problemática precisa de otro tipo de intervención además de la pedagógica.

A partir de aquí ya podemos empezar a diferenciar entre dos campos desde los cuales habría que abordar el problema, pero sin dejar de tener en cuenta que, a pesar de su diferencia, debe actuarse de forma articulada y coordinada, ya que, en última instancia, estamos hablando del mismo niño.         

                       

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¿Qué es un niño con dificultad de aprendizaje?

Los conceptos, las palabras en general, no tienen un sentido unívoco. Depende de cómo las tomemos pueden tener un sentido u otro. Podemos estar utilizando el mismo concepto, el mismo término y, sin embargo, estar hablando de cosas que no son exactamente iguales y pueden ubicarse en ámbitos diferentes. Puede haber un niño con dificultad de aprendizaje, o de difícil aprendizaje, que no sea un niño difícil, o puede tratarse en primer lugar de un niño difícil con un espectro variable en cuanto a sus dificultades de aprendizaje. Debajo de aquella primera diferenciación pondríamos un caso y el otro.     

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                NIÑO DIFÍCIL APRENDIZAJE                        NIÑO DIFÍCIL APRENDIZAJE

La cuestión está en saber dónde ponemos el acento de la frase o del concepto.

Entonces lo primero sería hacer un buen diagnóstico, no sólo desde el ámbito pedagógico sino también de aquellos factores psicológicos y del entorno social que pueden estar acentuando o causando las dificultades de aprendizaje.

Se precisaría un doble diagnóstico. Desde el ámbito de la enseñanza, un diagnóstico preciso de las dificultades que el niño manifiesta en relación a determinados aprendizajes, y desde el ámbito clínico un diagnóstico del propio niño, diagnóstico que no simplemente etiquete, sino que valore, explique y proponga modos de intervención. Con lo cual podemos seguir ampliando las columnas en las que se incluyen esas diferencias.

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En un caso diagnosticamos al sujeto, niño o adolescente, y en el otro al alumno.

Otra diferencia que podríamos plantear es que el campo del aprendizaje tiene que ver con la objetividad y el campo de lo clínico con la subjetividad, con el cómo es cada uno y cuales son sus condiciones particulares. Que dos y dos sean cuatro no es algo subjetivo, tampoco lo es que una palabra se escriba con “b” o con “v”, ni la hora de entrada o salida de clase. Se trata de reglas de convivencia y comunicación que, en principio, hay que asumir, no cuestionar. Se trata de aprendizajes objetivos. El problema viene cuando ese campo de la objetividad es invadido por una subjetividad que todo lo pone en cuestión. De nuevo el abordaje de esta problemática tendría su ámbito preciso.   Captura

Podemos situar la conducta desafiante, esa que suele poner objeción a todas las normas, en el eje de una subjetividad sin regla, desarreglada. Se trata de un comportamiento algo tramposo, en el sentido de que cuestiona la norma para sí mismo pero aceptándola para los demás. Cuestiona la norma pero, a la vez, disfruta de todas sus ventajas: El colegio abre a una hora fija, lo cual permite llegar tarde, el profesor cumple su función de explicar las materias, lo cual permite interrumpirlo, los compañeros callan y escuchan, lo cual puede permitir a algunos hablar y no escuchar etc. Digamos que para que unos puedan desafiar una norma es necesario que otros la cumplan.

Diferenciamos entre Clínica y Enseñanza, pero no las separamos, sólo las diferenciamos para decir que ese alumno, ese niño, ese adolescente, ese sujeto de la enseñanza que acude a las aulas no es un ente unidimensional con un pensamiento único, sino complejo y pluridimensional, lo cual hace necesaria la alianza, la comunicación y la articulación entre una y otra.

Pero, además de las diferencias, también hay algo que podemos considerar común a Clínica y Enseñanza.

Se trata de un ámbito que a veces se confunde con el de la Enseñanza pero que claramente lo trasciende y es, en muchos casos, la condición de que puedan llevarse a cabo los aprendizajes. Se trata de la Educación.


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La enseñanza, en su sentido más preciso y delimitado, es una transmisión de conocimientos, de saber. Y creo que en general podemos estar de acuerdo y compartimos la experiencia de que esa transmisión de conocimientos siempre se lleva a cabo de manera más adecuada y menos problemática cuando se trata de un sujeto bien educado.

La educación tiene que ver con la capacidad de confluir con el otro respetando su diferencia, su subjetividad. También con la posibilidad de que el educando, desde el respeto a la diferencia del otro, pueda desarrollar lo que a él mismo lo diferencia, desarrollar un pensamiento propio con capacidad creativa y crítica, unos valores individuales y colectivos, así como un potencial emocional que lo haga apto para establecer vínculos afectivos positivos y vínculos sociales consistentes. El campo de la educación trasciende y va más allá del ámbito del aprendizaje curricular para situarse de pleno en el pensamiento crítico, creativo, emocional y de relación con los demás.

En este sentido el campo educativo es terreno común de la clínica y la enseñanza, en tanto tiene que ver con lo objetivo que se espera de todos y lo subjetivo de cada uno, con la tarea a realizar y estilo y los tiempos que cada uno precise o proponga para su realización, con el hecho de que todos pasan por la escuela pero cada uno lleva allí su propia historia.

Llegados a este punto habría que resaltar la importancia del factor educativo dentro del conjunto de lo que se califica como fracaso escolar, dado que en dicho conjunto suele haber un porcentaje significativo de alumnos que, más allá de sus dificultades objetivas en cuanto a la realización de las tareas escolares, suelen, en sentido coloquial, calificarse de alumnos maleducados.

Dicha palabra califica de una forma peyorativa, desfavorable o despectiva. La utilizamos casi para definir o acentuar un rasgo del carácter; se es maleducado de la misma forma que se puede ser egoísta o introvertido. Pero si la separamos mediante un guión podemos darle otro sentido. No hablamos de lo mismo cuando decimos maleducado que cuando decimos mal-educado. Ya no decimos lo que es, sino dónde o cómo está; no es un maleducado sino que está mal educado, y eso nos remite a otra cosa; ya no calificamos al sujeto, sino que hacemos referencia al proceso educativo que ha seguido hasta ese momento, a la historia de las relaciones por las cuales ha pasado y al estilo de la convivencia que allí ha primado y que han ido conformando su subjetividad, aspectos que habría que incluir y tratar de forma adecuada en la intervención que se hiciese sobre dicha problemática.

Una mala educación tiene efectos tanto sobre el camp de la enseñanza como sobre el de la clínica: por un lado dificulta los aprendizajes, y por el otro, como decíamos antes, desarregla la subjetividad.

La confusión entre Enseñanza y Educación conlleva el riesgo de un abordaje incompleto y parcial de la problemática educativa, en tanto sólo tendrá en cuenta el uso de recursos, técnicas y métodos propios del campo de la Enseñanza, desatendiendo la dimensión clínica a la que nos referíamos anteriormente y con ello la importancia del nivel educativo que es necesario alcanzar para conseguir los objetivos académicos que se proponen

Vamos a expresar esta idea de una forma más gráfica:


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Los recursos con los que cuenta la enseñanza suponen su potencial. Pero luego esa potencia hay que llevarla al acto. El aprendizaje, para sostenerse en un cierto nivel académico, necesita apoyarse en lo educativo. Aunque disponga de suficientes recursos, incluso contando con alumnos capacitados, si el nivel educativo no es el adecuado, no está a la altura de los recursos empleados en la enseñanza, el nivel académico final sufrirá un menoscabo.

                                         

                                                                                                                                   Gabriel Hernández

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